sábado, 18 de agosto de 2012

De vuelta a casa, se me ocurrió ir a recojerla de las clases de repaso de matemáticas y así darle una sorpresa. Decidí esperarla en la acera de enfrente. Los minutos pasaban, y cuanto menos tiempo quedaba para que saliera más me impacientaba y más ganas tenía de verla. Miré el reloj del iPod, 20:00. Al fin había llegado la hora. Me asomé un poco por encima del coche en el cual estaba apollado, y vi su pelo castaño. Apenas iba a saludarla cuando un chaval de mi misma edad se acercó a ella, y la cojió de la mano. Se apartaron de la puerta y se comenzaron a besar. Mi corazón se aceleró y noté un pequeño pinchazo en él. Una sensación de furia, asco, rabia, enfado recorrió mis venas. Sin mirar a la carretera crucé hacia donde estaban ellos, y sin pensarlo dos veces le propiné un puñetazo en la cara del chico que la estaba besando. Se calló al suelo, su labio comenzó a sangrar, ella me empujó y me dijo que parara. La miré a los ojos, noté un hormigueo por todo el cuerpo, y mis piernas me empezaron a temblar. Ella no paraba de decirme que me lo podía explicar, y de pronunciar mi nombre. De repente sentí como una ola subir hasta mi cabeza, y mis ojos se humedecieron, pero antes de que pudiera salir una sola lágrima eché a correr. De fondo escuchaba su voz gritando mi nombre y su llanto. Corrí como nunca antes lo había hecho, y casi sin darme cuenta estaba en mi casa. Saqué las llaves del bolsillo e intenté abrir la puerta del portal. Mis manos me temblaban y me costaba mucho atinar a meter la llave en la cerradura. Después de un par de intentos conseguí encajarla. La abrí y pulsé en el botón del ascensor. Las puertas de abrieron, y me subí en él. Rápidamente salí del ascensor, abrí la puerta de mi casa con rabia y la cerré de un portazo. Me dispuse a entrar en mi cuarto, cerré también la puerta de mi habitación y me tiré en mi cama, y apollando mi cara boca abajo en la almuada empecé a llorar y a gritar, mordiendo la sábana que cubría el cojín y golpeándolo con mis puños expulsando toda la ira que tenía dentro de mi. Era la peor sensación que jamás en mi vida había sufrido, la mayor agonía que nunca había experimentado.